JINETES
DEL ALCÁNTARA
El verso espera en el rincón exacto del corazón. No es literal, pero es exacto en espíritu y emoción. Conjuga el estremecedor final: «no quisieron servir a otra bandera / no quisieron andar otro camino / no supieron morir de otra manera» del himno/oración a los caídos. Y no creo que pueda hallarse mejor acompañamiento al clamor de cornetín para rememorar, un siglo después, aquellas siete cargas del Regimiento de Cazadores de Alcántara por el cauce seco y ladera arriba del río Igan en aquel sacrificio asumido como deber para permitir escapar a miles de sus compañeros de aquella trampa mortal.
Su envanecido y cobarde general Silvestre, que se había metido en su tienda en Annual y se había pegado un tiro, fue incapaz de aguantar, en un acto de dignidad y honor, hasta el final al lado de sus hombres, a quienes su irresponsabilidad había llevado allí. Por el contrario, los jinetes del Regimiento de Cazadores de Alcántara, desde su teniente coronel, Fernando Primo de Rivera, hasta el más joven corneta y el último herrador, sacrificaron sus vidas para intentar salvar a sus compañeros, sin saber morir de otra manera que de la que su deber les demandó.
El camino que desembocó en el pavoroso Desastre de Annual había comenzado en febrero del año anterior con la llegada de Silvestre a la Comandancia de Melilla. Inmediatamente inició sus avances por el Rif para acabar con la rebelión de Abd el Krim. Todo parecía ir bien. El 15 de enero de 1921 había tomado Annual y el 7 de junio alcanzó Igueriben.
Pero su despliegue, sin anclaje ni vertebración, se desplomó ante la embestida de decenas de miles de rifeños que habían esperado agazapados el momento de atacar todas aquellas posiciones aisladas, sin agua ni munición, y a las que comenzaron a asaltar masacrando a todos sus defensores. El día 17, Igueriben ya estaba cercado y sin posibilidad de socorro. El coronel Manella, primer jefe del regimiento Alcántara, ha pasado al estado mayor de Silvestre, y el teniente coronel Primo de Rivera ha pasado a mandarlo.
El día 21 de julio es ya Annual quien está rodeado. El general Silvestre evacua a su hijo Miguel a Melilla, ordena al coronel Manella la retirada y se pega un tiro en la cabeza. El 22 empieza la retirada. Los rifeños, dueños de las alturas sobre la única vía de escape que queda hacia el norte, disparan a placer sobre los fugitivos. Manella sucumbe en la retaguardia, las columnas se descomponen, comienza el caos, se rompe el orden de marcha y se produce la desbandada. Es el principio del Desastre de Annual. En las cuatro horas siguientes los muertos superan los 2.500, la mitad del contingente. Pero la matanza no ha hecho sino comenzar.
La marcha comienza a las 13,30. El Alcántara se adelanta por el flanco izquierdo y ya se ve obligado a una carga alrededor de las cuatro de la tarde para que no se les eche encima el enemigo. Este les aguarda, agazapado y a miles en el paso del río. Es allí donde les espera la prueba final. Se lo anuncia, pistola en mano —el sable queda para después, cuando se agote el cargador—, su teniente coronel: “¡Soldados! Ha llegado la hora del sacrificio. Que cada cual cumpla con su deber. Si no lo hacéis, vuestras madres, vuestras novias, todas las mujeres españolas dirán que somos unos cobardes. Vamos a demostrar que no lo somos”.
Entre los vivos aún está su jefe, que ha perdido sus dos monturas, muerto “Pirote” y herido su tordo “Carbonero”, al que habría de sacrificarse después. Han conseguido alcanzar Monte Arruit, pero tan sólo para demorar el terrorífico final. En su defensa, cercado por decenas de miles de rifeños a los que se unían cada vez más kábilas, Primo de Rivera es alcanzado por una granada que obliga a amputar sin anestesia el brazo, pero que no le salva de la gangrena y de morir pocos días después. Finalmente, Navarro, que no quiere abandonar a los heridos y sí intentar llegar con los que aún pueden combatir hasta Melilla, pacta la rendición con la condición de que se respete la vida de los prisioneros. Pero nada más dejar las armas da comienzo la masacre. Tan solo salvan la vida el propio Navarro y algunos oficiales que lo rodean. El resto son degollados con frenesí. El número de muertos españoles en total superó los 11.000, la gran mayoría asesinados tras la rendición tanto en Monte Arruit como en otras posiciones.
Spaghetti