La sociedad es a veces muy cruel. Cuando decides casarte y unir tu vida a alguien, nunca piensas que puedes volver a sentir ese peso. Pero cuando te casas con un militar sabes que vendrán fechas importantes sin que él pueda estar contigo, cumpleaños, aniversarios, Navidades, el nacimiento de un hijo, incluso pérdidas o malas noticias. Sabes que volverás a sentirte sola.
Casarse con un militar es un gran orgullo, que también trae consigo algunas responsabilidades.
Guardias continuadas, maniobras o misiones, en las que no va solo, se lleva con él una parte de tu corazón. En esos momentos hay que ser fuerte, tienes que demostrar que naciste para ser mujer de un militar. Hacer de madre y padre sin que ellos noten tu cansancio y tu pesar.
Tantos días he llorado echándole de menos, teniendo miedo a la oscuridad que invade nuestra casa cuando él no está. Pasando frio en esta cama tan grande.
En esos momentos la familia es muy importante. Pero es verdad que necesitas mucho de gente que te pueda entender. Mujeres que pasen por lo mismo. Que te acompañen y no te juzguen. Que no miren si sales más o menos de casa. Si tus hijos van arreglados o llevan el mismo chándal por tercer día consecutivo. Que sepan ver debajo de tus ojeras, el esfuerzo que haces por estar fuerte y positiva.
Ahora mis hijos son mi fuerza en esos momentos de soledad.
Orgullosa de él y de su trabajo, espero siempre su regreso. No pienso en el peligro que corre, en las críticas a su oficio. Solo pienso que ha logrado ser lo que quería en la vida. Que protege su Patria y ama su bandera. Que tiende su mano a quien lo necesita, sin pensar si vale la pena el riesgo que corre.
Sonia Garcá Galan