«EUROPA, ¡AHORA!»
.Ahora es cuando me entero que vivo a 2.500 kilómetros de las más de 6000 ojivas nucleares soviéticas y de que el PIB español es parecido al ruso, si bien, per cápita, este no llega a 9.000 rublos anuales y el nuestro supera los 25.000. Si a todo ello se suma que solo unos pocos rusos poseen grandes activos, el resultado es que Rusia es un caso claro de gran desigualdad.
Su gasto militar en 2021 fue de 55 mil millones de euros, semejante al británico, algo mayor que el francés y el alemán, más del triple que el español, y un 8´5% del norteamericano, que rondó los 650 mil millones de euros ese año.
Actualmente Europa entera, con la OTAN a la cabeza, se ha sumado al estrangulamiento económico a Rusia pero le sigue pagando 260 millones de euros diarios por el gas.
Con Gorbachov se acuñó el término perestroika (reconstrucción), por lo que recibió el Nobel de la Paz en el año 1990, pero las esperanzas se esfumaron pronto. Después del desastroso Yeltsin, Putin segó todos los avances. Y así estamos.
A estos datos no hay que hacerles mucho caso pues de todos es sabido que: «Nunca se miente tanto como antes de las elecciones, después de una cacería y durante una guerra» (Bismarck).
Agotado con tantos datos, al acostarme entre sueños y amenazas solo veo aviones, tanques y bombas, y con mi fantasía defraudada por no ver en esta guerra caballos, lanzas y sables…, me duermo pronto.
Aunque dicen que un clavo saca otro clavo, y una desgracia tapa la anterior, lo que siento a mi alrededor de nuevo es el confinamiento, el toque de queda y las calles vacías. Esta vez la muerte no venía en forma de pandemia, ahora si cabe, de manera más sucia y horrible la traen los humanos. Cuando bajó la incidencia, apareció el jinete del Apocalipsis que faltaba, esta guerra que lo contamina todo, y que arrasa con la misma rapidez que lo hizo hace poco el virus.
Presiento unos ojos que me vigilan y persiguen, unas manos que accionan las armas y me disparan, me creo el objetivo de los misiles y de la artillería rusa, entre las barricadas y los múltiples checkpoint que jalonan las calles, huyo de los ataques a Kiev y busco desesperadamente, en los pocos «regímenes de silencio» algún corredor humanitario con dirección a Leópolis, al oeste de Ucrania, convertido en puerta de salida, y no a Rusia o Bielorrusia como pretenden ellos. Todo resulta inútil y aquí me quedo, apretujado en los andenes de una estación esperando poder subir al primer tren que pase para escapar de este infierno, y viendo cada día más Z del Zorro que no se parece en nada a las de nuestros juegos de la infancia.
Suenan de nuevo las alarmas antiaéreas, tres toques largos y agudos, «dabai, dabai» gritan (rápido, rápido) a los refugios, al metro o simplemente a la cuneta de una carretera, pues a todos nos aterra escuchar y ver cómo sus cazas bombarderos MIG-29 vuelan por primera vez sobre nosotros.
Al final me doy cuenta que el enemigo son sus hermanos, los vecinos de siempre.
En mitad de la noche me despierto sobresaltado y compruebo que todo era una pesadilla, aquí no hay explosiones, esto está en calma, todavía…, pero ya consciente, sigo temiendo que Putin apriete el botón rojo nuclear de esa ruleta rusa en la que se juegan la vida: mujeres embarazadas, niños y personas mayores, vamos, los que no están obligados a morir, sino a vivir. ¿Sería capaz de llegar tan lejos? Nadie lo sabe, pero por la «teoría del loco» sabemos que pretende generar tanto miedo en el contrario que acabe neutralizado.
Putin, el loco maquinista ciego que los manda, se sube a la locomotora del tren llamado Rusia y mientras invade Ucrania manda echar las cortinillas de todos los vagones para que sus compatriotas no vean que ese tren avanza hacia el abismo. Un ciego guiando a otros ciegos que me recuerda el cuadro de Pieter Brugelel Viejo inspirado en la «Parábola de los ciegos» (San Mateo, XV, 15,14).
Rusia es el matón agresor y Ucrania, el valiente agredido, pero Goliat se ha encontrado con un David inesperado, y es que su ansia de quebrar el brazo al contrario siempre provocó desastres.
Este loco ciego alumno aventajado de Hitler guiando a otros ciegos, me recuerda una de las escenas que más me impactaron de la película «Doctor Zhivago», aquella en la que el tren del doctor se detiene cerca de la estación de Minsk, en un muelle repleto de soldados para dejar vía libre a otro tren próximo a llegar con banderas rojas y con solo dos vagones. Llega, pasa a toda velocidad y estremece con sus pitidos a la tropa, que grita con odio y el puño en alto ¡Strelnikov! al ver la cara del único pasajero con sus gafas redondas y el rostro del hombre vengativo que ha perdido los sentimientos. Era el tristemente famoso coronel comisario del pueblo.
También la visión política de Putin se forjó en el Comité para la Seguridad del Estado (KGB), donde la guerra fue siempre el principal instrumento, eso si, con su total acercamiento a la Iglesia ortodoxa liderada por su amigo el Patriarca de Moscú (Patriarca Kirill, de nombre secular Vladímir Mijáilovich Gundiáyev) y basada en la defensa de sus valores tradicionales.
La historia demuestra lo fácil que es invadir un país y lo difícil que es salir de él. Las guerras son siempre una sinrazón en la que todos los contendientes pierden, incluso los que salen vencedores. Pierden los que ni siquiera van a caballo, o los que en su penosa huida arrastrando una maleta son blanco de un francotirador. Al final lo que queda son solo muertes, desolación y familias destrozadas. La guerra no es como la política, «en la política te pueden matar muchas veces» (Churchill).
La oración del avemaría se compone de dos partes. En la primera, se citan dos pasajes bíblicos y empieza «Dios te salve….». La segunda que es posterior acaba… «ahora y en la hora de nuestra muerte…». Son los dos momentos, el «ahora» y la «hora», más importantes de toda persona de bien, pero, de siempre, en las Iglesias ortodoxas y las católicas orientales solo consideran la primera parte de la oración como válida. Está claro que no les interesa las barbaridades del «ahora», y menos la «hora» de la muerte de sus soldados y hermanos vecinos.
Si Europa no recupera los valores que siempre la distinguieron, volveremos a las mismas guerras, aunque los medios y escenarios sean diferentes, y haya todavía quien piense que la Historia― muy distinta de la memoria subjetiva, presa de la manipulación ― no es el instrumento más eficaz en defensa de la libertad y la convivencia.
Aquella película y su NO-DO correspondiente tenía para mi el horario interminable de un viejo cine toledano de sesión continua; la de terror que ha montado ahora el psicópata criminal de Putin en Ucrania, tiene como banda sonora el llanto y las explosiones, y su argumento creo que se puede resumir diciendo que será una guerra de desGASte.
«¿Donde tenéis la cabeza?¿Donde tenéis el corazón? No pude pasar mi juventud allí porque me arrebatasteis mi paz», decía la letra de la canción con la que Ucrania ganó el Festival de la Canción de Eurovisión en 2016.
Para los «hunos» y los otros, mañana es el futuro, pero para los primeros decir mañana, la mayoría de las veces, es no decir nada, porque el mañana para ellos no tiene fecha y lo que no tiene fecha es fácil que no se haga. Dicen que el tiempo es oro; pero el oro no vale nada, el tiempo es vida.
Desgraciadamente, el precio que los ciudadanos ucranianos están pagando por los valores democráticos y por Europa es extraordinario. Merecen toda nuestra solidaridad, y no podemos perder de vista su dolor. Hay que alabar la prudencia del viejo continente en el conflicto para evitar males mayores, pero que detrás de esa prudencia no haya miedo que es lo que busca «el loco».
Podrían pactar mañana la paz y quedar tan enemigos…
En Europa al aceptar ser dueña de su destino, olvidando su nostalgia y recuperar su moral y su humanismo con valor, se nota con gran alegría que «ahora» es su momento, y que se preocupa para que no le llegue su «hora», a la vez que se vislumbran en el horizonte figuras heroicas que pueden superar de una vez la «Guerra Fría» e inclinar la balanza hacia el único triunfo posible, la Paz.
Es nuestro tiempo,
tan extraño y violento.
Parece que es el fin,
y puede ser solo el comienzo.
¡Ahora o nunca Europa!
Ángel Cerdido Peñalver
Coronel de Caballería
Zaragoza. Marzo 2022.
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